Mujeres que duelen (1)
TERESA SALGUEIRO
E não havia mais nada...
E não havia mais nada...
só nós, a luz, e mais nada...
Ali morou o amor
Cuando escuché su voz por primera vez en un quinto piso de un edificio de Sevilla, en 1995, gracias a que mi antiguo amigo y circunstancial anfitrión, Guglielmo Fiorillo, italiano, ex discípulo de Umberto Ecco en su época de estudiante de filosofía en la vieja Universidad de Bolonia, había comprado con su novia andaluza el CD de Madredeus “O espírito da paz”, sentí que algo se me removió no sólo en los oídos, ni en el corazón, ni en las entrañas (¡cuanta siutiquería!) sino que más bien en las percepciones de mi vida. Me dio la súbita impresión de que no conocía nada, que mis sensaciones habían sido superficiales y que si me lo proponía podría renacer. Sin duda fue una extraña sensación, difícil de explicar, pero que estaba ahí, me generaba inquietud y que cambiaría mi trayectoria vital, modificando mi ruta, haciendo más sinuosos los caminos.
En medio de los olores sevillanos, mezcla de azahares y pescaíto frito, y de los sonidos procedentes de una cercana cabalgata de reyes, enfoqué todos mis sentidos en las vibraciones de las cuerdas de la exquisita guitarra de Pedro Ayres Magalhaes y pude incluso percibir el agudo sonido que provocaban los rápidos desplazamientos de los dedos de Pedro al cambiar de posturas sobre el encordado. Pero por sobre todo no pude escapar y me quedé atrapado para siempre en la suave voz de Teresa.
¿Puede este tipo de dolor transformarse en algo placentero? ¿Podría alguien en su sano juicio sentir ansias de tristeza y nostalgia? Sin duda no tengo respuestas y ni siquiera las busco, solo sé que la precariedad de mi existencia se transforma en algo más trascendente cuando experimento estas sensaciones.
Mirando en retrospectiva y volviendo a escuchar una y otra vez a Teresa, he llegado a convencerme que aunque de verdad no me provoca alegría sino más bien tristeza, nostalgia en vez de felicidad,
cambiaría muchas cosas de este mundo por verla bajar corriendo por las escalinatas de Lisboa y podría morir precisamente con el dolor que me provocaría un susurro suyo cerca de uno de mis oídos.
Cuando escuché su voz por primera vez en un quinto piso de un edificio de Sevilla, en 1995, gracias a que mi antiguo amigo y circunstancial anfitrión, Guglielmo Fiorillo, italiano, ex discípulo de Umberto Ecco en su época de estudiante de filosofía en la vieja Universidad de Bolonia, había comprado con su novia andaluza el CD de Madredeus “O espírito da paz”, sentí que algo se me removió no sólo en los oídos, ni en el corazón, ni en las entrañas (¡cuanta siutiquería!) sino que más bien en las percepciones de mi vida. Me dio la súbita impresión de que no conocía nada, que mis sensaciones habían sido superficiales y que si me lo proponía podría renacer. Sin duda fue una extraña sensación, difícil de explicar, pero que estaba ahí, me generaba inquietud y que cambiaría mi trayectoria vital, modificando mi ruta, haciendo más sinuosos los caminos.
En medio de los olores sevillanos, mezcla de azahares y pescaíto frito, y de los sonidos procedentes de una cercana cabalgata de reyes, enfoqué todos mis sentidos en las vibraciones de las cuerdas de la exquisita guitarra de Pedro Ayres Magalhaes y pude incluso percibir el agudo sonido que provocaban los rápidos desplazamientos de los dedos de Pedro al cambiar de posturas sobre el encordado. Pero por sobre todo no pude escapar y me quedé atrapado para siempre en la suave voz de Teresa.
¿Puede este tipo de dolor transformarse en algo placentero? ¿Podría alguien en su sano juicio sentir ansias de tristeza y nostalgia? Sin duda no tengo respuestas y ni siquiera las busco, solo sé que la precariedad de mi existencia se transforma en algo más trascendente cuando experimento estas sensaciones.
Mirando en retrospectiva y volviendo a escuchar una y otra vez a Teresa, he llegado a convencerme que aunque de verdad no me provoca alegría sino más bien tristeza, nostalgia en vez de felicidad,
cambiaría muchas cosas de este mundo por verla bajar corriendo por las escalinatas de Lisboa y podría morir precisamente con el dolor que me provocaría un susurro suyo cerca de uno de mis oídos.
pd. Les recomiendo pinchar la foto
Etiquetas: Teresa
2 comentarios:
Cuando yo escucho a Teresa Salgueiro también constato mi precariedad. Me parece evidente que ella está hecha de una materia diferente a la mía. Diría, incluso, que ella tiene alma y yo no. O, más precisamente, que gracias a la suya, potente e inmensa, la mía se ilumina.
Te acompaño en el dolor,
Mauricio
Bien...muy bien...abrazos
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